sábado, 24 de marzo de 2012

¡AYUDA POR FAVOR!


Me desperté con el estruendo de un trueno demasiado cercano. Las gotas de agua golpeaban el tejado con un ritmo y una fuerza propias de una tormenta de verano. La oscuridad en la habitación era prácticamente total. La tormenta debía de haber dejado sin electricidad la casa porque la pequeña lámpara no respondió cuando accioné dos veces el interruptor. El portátil estaba en modo reposo, unas luces de colores se movían aleatoriamente por su pantalla.
Hacía unos días que me había desplazado con mi mujer y mis dos hijos a pasar una semana de descanso a un pueblo cuyo nombre no se reflejaba en la mayoría de los mapas. Habíamos alquilado una pequeña casita y durante el día organizábamos actividades al aire libre. Paseábamos a caballo, pescábamos en el río, caminábamos por el monte. Por la noche todos llegábamos rendidos a la casa. Los niños tardaban segundos en dormirse, Beth un poco más. Yo, a pesar del cansancio, todavía tenía ánimos para ver una película en el ordenador. Nunca lograba acabarlas, el sueño siempre me vencía sin que me diese cuenta. Pero no me importaba, esa era la idea que yo tenía de unas vacaciones.
El portátil se convirtió en la única fuente de luz de la habitación al pulsar la tecla que hizo desaparecer el salvapantallas. Esa escasa iluminación hizo retroceder las sombras a mi alrededor, que se escondieron instantáneamente detrás de los muebles del cuarto. No sabía donde estaban los fusibles, así que tendría que dejar la labor de arreglar el suministro eléctrico para la mañana siguiente, a la luz del día.
Apagué el ordenador y las sombras volvieron a amortajarme. Estaba seguro de poder llegar a oscuras hasta las habitaciones, al otro lado de la casa. Sólo tendría que cruzar el salón y un corto pasillo, y ese camino estaba despejado de muebles.
Me asomé al salón con sigilo para no despertar a nadie. Escuché un pequeño ruido. Seguramente sería el pequeño. A Ty las tormentas le daban mucho miedo y siempre iba a buscar refugio haciéndose un hueco en nuestra cama. Agucé la vista intentando distinguir la sombra de mi hijo entre los volúmenes de grises más o menos espesos. Un lejano relámpago iluminó la estancia de forma violenta. Lo que pude ver en el pasillo que conducía a las habitaciones en donde dormían mi mujer y mis hijos me dejó sin respiración. Instantáneamente me escondí detrás de la librería. El sudor perlaba mi frente, la camisa se pegó a mi espalda. Seguramente lo que había visto no fuese más que parte de una pesadilla de la que pronto me despertaría aliviado. Asomé un ojo escrutando de nuevo las sombras. No era capaz de distinguir nada. Un nuevo relámpago me permitió ver aquello en lo que me negaba a creer.
En el fondo del pasillo, muy cerca de los dormitorios, se movía una forma irreal. Aquel ser era muy delgado y mucho más alto que yo. Su pequeña cabeza casi llegaba al techo. Dos de sus extremidades superiores brillaban con la luz de las cosas afiladas, la parte inferior de su cuerpo se movía impulsada por cientos de pequeñas patas, como las de los miriápodos. Podía escuchar el tic tac de cada uno de sus apéndices al golpear el suelo de madera.
La bestia giró su cabeza y en ese momento supe que de alguna forma me había descubierto. En la oscuridad pude ver como un par de ojos rojos se acercaban mientras el ser me buscaba, desplazándose por la pared y por el techo como lo haría una araña. El instinto me llevó a volver a encerrarme en la habitación.
Acurrucado debajo de la mesa veo a la criatura serpenteando a través del cristal biselado de la puerta. Quiere entrar en el cuarto. La manilla gira un poco más con cada uno de sus intentos. El miedo me impide reaccionar. Lo que le puede haber pasado a mi familia no me deja pensar. Los ojos se me nublan cada vez que pienso en Beth o en los niños.
He vuelto a encender el ordenador, a la luz de su pantalla me siento más seguro.
La puerta se abre, por fin lo ha conseguido. Ahora la bestia está en el cuarto. No puedo verla, pero la oigo sisear a mi alrededor. De momento parece que la luz la mantiene a distancia.
Sin electricidad, incomunicado, mi única esperanza es que alguien lea esto y pueda ayudarme a tiempo. La noche es muy larga y la batería del portátil no aguantará hasta el amanecer.
Me llamo Alan y estoy en un pueblo llamado Bright Falls.
Dense prisa por favor.
Yo mientras tanto sigo intentando despertar de esta pesadilla. Si no lo consigo con toda seguridad tendré que enfrentarme al horror que me acecha en la oscuridad.

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