domingo, 12 de agosto de 2012

SOMBRAS




Al final solo vosotros tendréis la culpa, y seréis los únicos responsables de lo que pase con vuestros niños. Vuestros sentidos atrofiados por la vida cómoda hace tiempo que no son capaces de percibir aquello que os amenaza. Estáis ciegos y sordos, y no os dais cuenta. Cerráis las puertas con llave y os encerráis en la falsa seguridad de vuestras casas para esconderos de la noche. Vivís con la ilusión de que el mal se quedará afuera, merodeando en el límite del bosque. Pero la oscuridad conspira y se mueve cuando ya no miráis por la ventana. Se retuerce y gime mientras espera con impaciencia su oportunidad. Suspira y os rodea cuando apagáis las luces. Penetra en vuestros santuarios y roba el aliento de vuestros niños en la cuna. Se alimenta de sus miedos. Su mundo esta demasiado cerca del nuestro. No queréis escuchar a vuestros hijos cuando lloran por la noche, cuando os hablan de lo que repta hacia su cama, de lo que susurra en la oscuridad y los llama por su nombre. Hacéis caso omiso de sus súplicas cuando llegan  bañados en sudor a vuestras habitaciones, aterrorizados en medio de una tormenta. Os mostráis contrariados cuando os arrancan de vuestros sueños apacibles, o cuando sus llantos reducen el exiguo descanso hasta vuestros problemas del día siguiente, y les urgís con vehemencia que sean mayores, que se vuelvan adultos y regresen a sus camas. Y que se enfrenten a sus miedos. Apagáis la luz de sus cuartos y les dejáis solos de nuevo. Ya no os acordáis de lo que veíais cuando erais niños, de las sombras más oscuras que las sombras. Solo vosotros y vuestra indolencia seréis los responsables de lo que les suceda a vuestros hijos.
Ilustración de Sonia del Sol

miércoles, 1 de agosto de 2012

ELEONORA



Publicado en http://surcandoediciona.wordpress.com/2012/08/01/eleonora/
Con la colaboración en la corrección de mi amiga Mariola Díaz Cano

13 de octubre
No había vuelto a Glastone Heights desde que Eleonora falleció. Ayer regresé con la intención de darle un último adiós antes de deshacerme de la casa, pues estaba decidido a vender el que había sido el hogar de mis antepasados durante varias generaciones. Cuando Geoffrey detuvo el carruaje a la entrada de la mansión, mi determinación se hizo más firme. Volver a ver los jardines, ahora descuidados, por los que había paseado de la mano de mi amada, reabrió la herida de mi corazón. Pero esa angustia tan solo duró el tiempo que mis pies tardaron en llevarme hasta la escalinata. Durante el último año, mientras me mantuve alejado de la casa, escondido de mi pasado, pensaba que el dolor de los recuerdos sería insoportable pero, nada más introducir la llave en la cerradura, sentí algo en mi interior que me hizo darme cuenta de mi equivocación. Los signos de abandono en la casa eran evidentes a simple vista: la piedra de la fachada comenzaba a cubrirse de líquenes y las enredaderas crecían salvajes abrazando las columnas del porche pero, al empujar las hojas de la puerta de la entrada, en vez de introducirse en la casa en frío aire de octubre me envolvió una corriente cálida que me devolvió al pasado más feliz. ¿Es posible que el aire haya podido pronunciar mi nombre con la voz de Eleonora? Ilusionado como no lo había estado desde hacía mucho tiempo, comencé a recorrer una estancia tras otra acompañado solo por el eco de mis pisadas y me detuve en el salón de baile. La luz atravesaba con dificultad los sucios vidrios de las ventanas, y eso hacía que las cuentas de la lámpara que pendía del alto techo luciesen desvaídas. La noble madera del artesonado aparecía combada en algún punto debido a la humedad y el suelo había acumulado el polvo de tanto tiempo sin cuidados, sin embargo el abandono había respetado el magnífico cuadro desde el que Eleonora dominaba la estancia, sobre la chimenea. Mi amada me miraba con los mismos ojos de enamorada que yo recordaba, y en ese instante, al contemplar su hermoso rostro, me hinqué de rodillas y lloré pidiéndole perdón por haberla abandonado. Hacía tiempo que había despedido al personal, y la casa estaba vacía desde entonces, pero entre esas paredes todavía era capaz de sentir a Eleonora. La calidez de su presencia volvía a la vida en mis recuerdos, y al instante supe que eso era algo que no estaba dispuesto a perder. No sé cómo describirlo, porque para intentarlo tan sólo dispongo de palabras, y es imposible explicar una historia tan maravillosa como la nuestra. Ninguna persona que no haya vivido algo parecido podrá jamás entenderme. Leerá estas líneas y pensará que me comprende, que conoce lo que me motiva a quedarme en la casa, pero estará tan lejos de saberlo como yo lo estaba hasta ahora de mi amada.
20 de octubre
Llevo ya una semana en la casa. He obligado a Geoffrey a alojarse en el pueblo porque no podía dejar que me distrajese, que nos molestase. Mi fiel Geoffrey ha decidido acompañarme en este viaje sin retorno, y todos los días se acerca en el carruaje hasta la mansión al mediodía y me trae un almuerzo que apenas toco. Después enciende los fuegos en las chimeneas para mantener calientes las piedras de esta vieja casa e impedir que mi corazón acabe por congelarse del todo. Solo Geoffrey se atreve a decirme lo que todos los demás piensan, y se muestra preocupado por mi deterioro. No me queda más remedio que darle la razón, no soy ni la sombra del hombre que una vez fui. Apenas puedo reconocer mi reflejo en los espejos. La gente murmura, me dice Geoffrey. En la taberna los más supersticiosos comentan que no es bueno lo que pasa en la casa. Dicen que pueden ver la luz de mi candelabro pasando de ventana en ventana hasta altas horas de la madrugada. Pero no me importa, cada vez estoy más seguro de lo que hago.
Eleonora y yo formábamos parte de este lugar, y el calor de nuestro amor impregna todavía todas aquellas cosas que compartíamos. Su piano, mudo desde que ella no lo acaricia, la mecedora en la terraza, bajo las buganvillas, las frías sábanas de nuestra alcoba. Antes pensaba que los recuerdos serían insoportables, pero ahora me doy cuenta de que los necesito como el aire que respiro. Sin ellos vivir no tiene sentido. Solo aquí puedo encontrar la paz que me arrebató el cruel destino de la forma más horrible, pues siendo galeno, me vi obligado a presenciar cómo la vida de mi amada se escapaba entre mis dedos sin poder hacer nada para evitarlo. Fueron muchas las noches que pasé a la luz de las velas, estudiando los síntomas de su enfermedad e intentando dar con una cura para su mal, mientras por el día le hacía compañía y ambos nos marchitábamos poco a poco.
Ilustración de Sonia del Sol
Recorro una y otra vez las habitaciones como un fantasma, atento al más mínimo sonido, con la esperanza de volver a escuchar el roce de la seda de sus vestidos, de atisbar su pálida figura en un espejo. La noche siempre me sorprende asomado a la ventana, con la vista fija en el blanco mármol del panteón, implorando la ayuda del Cielo para que me ayude a reunirme de nuevo con mi amada.
25 de octubre
Ayer soñé que Eleonora volvía a mi lado. Afuera llueve con fuerza y la triste luz del día apenas ilumina las estancias de la mansión, pero las imágenes creadas por la magia del sueño de anoche todavía están frescas en mi recuerdo. Necesito ponerlo por escrito, preciso coger la pluma para describirlo todo antes de que el tiempo lo evapore de mi memoria.
Esta noche soñé que de nuevo caminábamos juntos bajo un increíble cielo azul de primavera, acariciando las altas hierbas de los prados, junto al molino, y que después mojábamos nuestros pies en la suave corriente del arroyo para refrescarnos. En mi sueño comíamos con frugalidad a la orilla del lago y después nos bañábamos en sus aguas frías. El tiempo parecía detenerse mientras me ocupaba de peinar su pelo oscuro y olía el dulce aroma de su piel calentada por el sol. Soñé también que al atardecer paseábamos por la huerta y comíamos fresas recién cogidas, y que manchábamos nuestros labios de un rojo intenso al besarnos.
Cada sonrisa de Eleonora llenaba mi corazón de alegría. Estaba completamente seguro de que no podría haber hombre más feliz sobre la faz de la tierra. Luego, en mi sueño, llegaba la noche y en nuestra alcoba el calor del deseo fundía nuestras pieles en una sola. Nos robábamos el aire con la pasión de los amantes que no se ven desde hace tiempo y nos buscábamos con avidez bajo las sábanas en una hermosa danza que nos dejaba exhaustos. Después me quedaba absorto contemplando el perfil de Eleonora mientras ella dormía y mi mano reposaba sobre su pecho, mecida por el suave vaivén de su respiración. Pero luego mi sueño se tornó pesadilla, y la carne de mi amada se volvía fría y su mirada se congelaba. Yo intentaba despertarla, llamándola, besándola, rogándole que no me abandonase otra vez, mientras lloraba como un niño. No quería creer lo que en el fondo ya sabía, que aquello era el final. Después, personas sin rostro vestidas de negro acariciaban mis manos ofreciéndome sus condolencias mientras la cancela del mausoleo se cerraba, alejándome para siempre de mi amada. Por fin solo en el pequeño cementerio, y bajo una lluvia intensa, lloraba mi desgracia mientras los ángeles de mármol del panteón giraban sus rostros hacia mí en señal de comprensión. La angustia y la desesperación anegaron entonces mi corazón y me impidieron respirar, obligándome a despertar, a volver a la realidad, a la cárcel de mi carne.
Nada volverá a ser como antes, me digo mientras desde el ventanal de la mansión contemplo, tras la permanente cortina de agua, el pequeño cementerio en el que reposa el cuerpo de mi amada. Tierra sobre la carne. Carne que una vez sintió y amó. Sentimientos que una vez fueron míos.
Muy a menudo me pregunto si no sería mejor no haber amado nunca y vagar por el mundo como los demás mortales, suspirando por un amor que jamás llegará y por el que nunca tendrán que llorar su pérdida. Solo quiero estar con ella, ya sea en esta vida o en la otra. El dolor por su ausencia me ahoga y se hace insoportable, pero mi maldición consiste en ver salir el sol un día tras otro. Únicamente mis convicciones religiosas me atan ya a este mundo.
10 de noviembre
Durante varias noches el sueño se ha repetido de igual forma, y he decidido que estoy dispuesto a soportar el sufrimiento final con tal de poder volver a ver a Eleonora. Pero hoy me he despertado bañado en sudor y me ha costado distinguir el sueño de la realidad. La noche está bien avanzada y aún queda tiempo para que el sol despunte, pero he encendido la llama de una vela y he cogido papel y pluma porque esta vez mi sueño ha tenido un final diferente. Además de volver a revivir la maravillosa jornada con mi amada y de asistir impotente a su fallecimiento, ahora además contemplo desde el ventanal de la mansión cómo la pesada puerta de hierro del panteón se abre y la fantasmal figura de Eleonora se acerca a la mansión, avanzando entre jirones de niebla que se deslizan con pereza sobre la hierba húmeda. Ahora, en mi sueño, mi amada sale de su agujero de tierra y camina hacia mí con pasos vacilantes. ¿Pueden el amor y el deseo hacer que volvamos a estar juntos?
Un momento. Silencio.
Detengo mi mano mientras fuerzo a mis oídos para que distingan algo que hasta ahora se me había pasado por alto. Hay otro ruido en la noche además del débil roce de la pluma sobre el papel. Quizás sea tan solo sugestión pero, o mis embotados sentidos por el sueño me engañan o me parece escuchar tímidos pasos desnudos sobre la madera del pasillo que se acercan a mi habitación, cada vez más cerca. Quizás el buen Dios haya oído por fin mis súplicas y permita que, al soñarla con más intensidad, Eleonora vuelva junto a mí. A la débil luz de la vela alcanzo a ver una figura que se va dibujando con mayor claridad mientras sale lentamente de las sombras. Aguanto la respiración mientras se acerca. Ahora puedo escuchar con nitidez el avance desacompasado de sus pies sobre la fría piedra. No hay nadie más en la casa, estoy seguro de que sólo puede ser Eleonora. Debería levantarme y correr a abrazarla, cubrirla de besos y decirle que nada ni nadie podrá separarme nunca más de ella, pero algo me lo impide y me mantiene clavado a la silla. Desde la puerta de la habitación llega un olor que, por mi profesión, soy capaz de identificar mejor que nadie y me despierta de mis ensoñaciones. Se trata del olor a carne corrupta que acompaña a todos los seres vivos más allá de la muerte. Estoy a punto de perder el sentido cuando alcanzo a ver el ser que antes había sido Eleonora.
Mi cabeza se niega a aceptar lo que mis sentidos le muestran, que mi dulce amada haya podido convertirse en aquella figura desgajada, animada únicamente por mi deseo de reunirme de nuevo con ella. Eleonora, mientras tanto, se aproxima a mí arrastrando sus pies y alzando sus descarnados brazos, intentando abrazarme. El miedo me paraliza y me doy cuenta demasiado tarde de que no tengo salida. Esto no puede ser real. Quiero despertar de esta pesadilla, pero no lo consigo. En mi desesperación grito, con el alarido propio de un demente, aunque sé que es inútil, porque en Glastone Heights nadie puede oírme salvo Eleonora.