jueves, 14 de septiembre de 2017

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (8): EL PORTAL

Pablo asistió a la desaparición de su hermano sin poder hacer nada por evitarlo.
Lo que primero desapareció fue la mano de Rodrigo. La corteza del roble, que la vista le decía que estaba a su alcance, no ofreció resistencia alguna y la atravesó como si no hubiese nada. Y tras la mano se fue el resto del cuerpo. Hasta que Rodrigo dio con sus huesos en el suelo. Pablo contempló horrorizado como de su hermano tan sólo se veía el bañador de lunares, sus piernecitas regordetas y las sandalias de verano.
Rodrigo había desaparecido dentro del árbol de cintura para arriba.
–¡Demonios! –exclamó Pablo, mientras corría para tirar de las piernas de su hermano, antes de que el árbol acabase de devorarlo por completo o se cayese a lo que quiera que fuese que estuviese al otro lado.
 Mientras lo hacía, Pablo pudo escuchar en un segundo plano una especie de risilla placentera. Aquella traicionera rana parecía estar muy satisfecha contemplando la escena.
Se acabó. Estaba decidido, pensó Pablo. En cuanto rescatase a su hermano de aquella situación tan... tan extraña, despertaría a Lucas de su dulce sueño y le ordenaría que se comiese a Flik. No sabía si sería muy de su agrado una rana cruda, pero también él tenía que comerse por obligación las espinacas y los fréjoles, y se aguantaba.
Ninguna rana espacial se metía con su hermano y vivía para contarlo.
Pablo tiró con todas sus fuerzas de la mitad de Rodrigo que todavía podía verse, para que su hermano regresase de nuevo al jardín. Pensaba que esa sería una tarea fácil, puesto que Rodrigo pesaba muy poco, y a menudo le cogía con facilidad en sus brazos, pero se equivocaba. Por mucho que se esforzaba no lograba ver más de su hermano menor de lo que se veía al principio. Algo debía de tenerle sujeto al otro lado.
Pablo redobló sus esfuerzos.
Podía imaginarse a su hermano, angustiado y gritando su nombre, mientras una horda de ranas caníbales saltaba hacia él y acercaba un humeante puchero para cocinarle.
Pero eso no sucedería nunca. No mientras a él le quedase un átomo de fuerza. A punto estaba de gritar pidiendo ayuda a sus padres, cuando se dio cuenta de que aquello que retenía a su hermano al otro lado comenzaba a ceder.
Ahora ya podía ver el ombligo de Rodrigo, y no parecía que ninguna rana se lo hubiese masticado ni un poquito. Lentamente fueron apareciendo más cosas a la vista. Su camisa verde, su cuello, su barbilla, y, por fin, su cara.
–¡Nooooooo! –gritó Rodrigo alto y fuerte, cuando su boca volvió a aparecer a la vista de todos.
–Tranquilo, Rodrigo, que ya te tengo –le dijo Pablo mientras seguía tirando.
Pablo, que nunca antes había probado ancas de rana, pensó que siempre había una primera vez para todo. Los brazos de su hermano seguían estirados hacia el portal y sus manos todavía estaban dentro del árbol. Deben de tenerlo sujeto por las manos, pensó Pablo. Pero cuando éstas salieron del hueco a la luz del día, se dio cuenta de que algo raro pasaba. Su hermano arañaba la hierba tratando de resistirse... ¿a qué cosa?, ¿a salir del árbol?
–Rodrigo, ¿estás bien?
–¡No me tilez, demonioz!, ¡que me vaz a lompel laz pielnaz, beztia! Eztoy ben, ya te lo digo yo –Rodrigo iluminó su cara con una gran sonrisa, a la vez que miraba a Flik, que seguía riéndose–. ¡Mooooooolaaaaaaaa piiiiiiilaaaaa!
–¿Có... como dices Rodrigo? –Pablo estaba atónito. Su hermano había perdido definitivamente el poco juicio que le quedaba.
–Ota vez Flik. Ota vez, polfa –le suplicó Rodrigo, una vez que se liberó de su sorprendido hermano.
–Venid conmigo. Acompañadme a mi mundo, por favor –y dicho esto, Flik dio un salto y desapareció dentro del árbol.
–¡Rodrigo, espérame!, ¿pero qué narices hay ahí dentro? –pero Rodrigo desapareció tras Flik sin escuchar ni la mitad de la pregunta.
–¿Y ahora, qué demonios hago yo? –se preguntó Pablo a sí mismo, mientras miraba a uno y otro lado sin saber muy bien qué hacer.
Lucas, que había despertado justo para ver cómo Rodrigo desaparecía en el árbol, se levantó y se dirigió con parsimonia hasta el roble. Después olisqueó unas hierbas y, levantando acrobáticamente su pata, meó el tronco.
–¡Eso, caramba!, ahora además me dará la electricidad.
Pablo se irguió y caminó, con más cautela de la que en él era habitual, hacia el viejo árbol. Cuando estuvo suficientemente cerca, aproximó un temeroso dedo índice hasta el punto en donde su hermano se había evaporado junto a Flik. El extremo de su dedo comenzó a desaparecer a medida que intentaba empujar lo que a simple vista parecía una rugosa corteza. No sintió nada. Ni frío, ni calor, ni humedad. Nada. Y eso a pesar de que parecía que lo que su dedo atravesaba era agua, más que nada por el modo en el que se agitaba la superficie. Pablo, que no acababa de decidirse a ir más allá, comenzó a retirar el dedo. Siempre le habían gustado las aventuras arriesgadas, y en verdad podría decirse que era cualquier cosa menos cobarde. Pero qué menos que un poco de planificación para saber a dónde se llegaba por ese camino.
–Quiera Flik o no, este es un caso para superpapá.
Y en el mismo instante en el que acabó de pronunciar la frase, se sobresaltó al ver una mano y la cabeza de su hermano aparecer sin previo aviso de la nada.
–Vamoz, cobalde –le dijo.
Dicho lo cual, Rodrigo tomó a traición la mano de su hermano mayor, que desequilibrado y sorprendido por el repentino tirón, se resignó al ver que también acabaría engullido por el árbol tragón.

Mientras caía giró su cabeza hacia atrás, justo para ver como Lucas saltaba intentando alcanzarle. Su perro ladraba sin cesar.

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