sábado, 18 de noviembre de 2017

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (19): EL SUEÑO

Aquella noche Pablo soñó con las máquinas. El sueño podría haber sido hermoso, se lo merecía tras la victoria de la mañana, pero no fue así. La pesadilla comenzó con lo que Pablo sabía que era una vista de Mundo Flik desde el espacio. En los sueños hay cosas que se saben aunque nunca las hayas visto y nadie te las haya explicado. Tan sólo se saben, sin más. Pablo se sentía como un astronauta de aquellos que se veían en los libros y en los documentales de divulgación científica. La sensación era tan real, que hasta podía sentir como la gravedad perdía poder sobre su cuerpo. No había olores, y tampoco hacía frío o calor. No había nada. Tampoco alcanzaba a ver sus extremidades, aunque lo intentaba. Sabía que estaban allí, pero parecían ser invisibles.
Aquella sensación de paz era maravillosa. Deseaba poder quedarse colgado en el espacio para siempre. Respirando muy despacio y moviéndose con suavidad, muy ligero. Dedicándose tan sólo a contemplar aquella hermosa joya de predominantes colores escarlatas y malvas.
Pero Pablo también sabía que esa situación no podía durar mucho tiempo. Presentía que algo le acechaba y se preparaba para quebrantar aquella calma. Algo pulsaba y latía en alguna parte. Algo malo, terriblemente malo. Algo oscuro, algo destinado a envenenar aquel remanso de paz.
Pablo se obligó a sí mismo a girar a su alrededor para intentar localizar la amenaza. A su espalda, las dos estrellas que calentaban Mundo Flik iluminaban el espacio más próximo, de otra forma oscuro e impenetrable. Pero Pablo no encontró mal alguno en todo aquello que veía.
Y sin embargo... su sexto sentido le decía que lo que le acechaba estaba cerca.
Se volvió para admirar de nuevo la hermosura de Mundo Flik. Su belleza cortaba la respiración. Se dio cuenta de lo feliz que era, porque sintió como una lágrima se le escapaba sin poder remediarlo. ¿Cómo podía ser que algo maligno surgiese de tanta belleza?
Pablo observó que en aquel disco de hermosos colores había una pequeña diferencia. ¿Qué era aquello que se veía cerca del ecuador de Mundo Flik? Desde la distancia no parecía más que un diminuto puntito negro, pero algo en su interior le decía que era mucho más que eso.
Se oyó a sí mismo pensar que no quería ver aquello más de cerca. Pero en ese momento, contra su deseo, se sintió descender a gran velocidad hacia la anomalía, que a medida que se acercaba se hacía más grande. Ahora Pablo quería parar. Necesitaba detenerse. Fuese lo que fuese aquello, era parte de lo que le acechaba, del mal oculto. Quería parar, pero no podía. Se sentía atraído sin remedio hacia aquella oscuridad, hacia aquella enfermedad en tan hermoso mundo. Como una viruta de hierro hacia un imán.
Ahora Pablo sí tenía miedo.
Ordenaba a sus párpados que se cerrasen, y sin embargo seguía viendo. No podía evitarlo. A medida que se aproximaba, se dio cuenta de que el oscuro círculo no aumentaba su tamaño, tan sólo crecía porque él se encontraba cada vez más cerca. Hasta que llegó el momento en el que pudo ver que la mancha era en realidad un enorme agujero abierto en la superficie del planeta.
Pablo detuvo su descenso. No porque quisiera, puesto que hubiese querido hacerlo mucho antes, sino porque el sueño, que transcurría fuera de su control, había decidido que ese era el momento en el que debía hacerlo. El agujero abarcaba toda su vista, y estaba delimitado en su perímetro por un anillo que costaba distinguir, porque era tan oscuro como su interior. Ni siquiera girando su cabeza a uno y otro lado podía ver otra cosa que no fuese oscuridad.
Como de momento no sucedía nada, Pablo ocupó su tiempo en observar aquello que alguien insistía que viese desde donde estaba. Entonces algo llamó su atención. Al principio Pablo había tomado aquel agujero por alguna especie de cráter. Pero ahora estaba seguro de que aquello no se había producido por un impacto contra la superficie, como había sucedido con los cráteres de la luna por ejemplo, sino más bien al contrario. En los bordes del agujero la corteza del planeta estaba fracturada y se amontonaba contra el anillo. Tal y como ocurriría si algo hubiese presionado desde el interior y hubiese perforado la corteza del planeta hacia afuera.
Contra su voluntad, Pablo comenzó a descender de nuevo, aunque esta vez más lentamente.
Ahora estaba muy cerca del agujero. Y lo que pudo ver le cortó la respiración.
El anillo exterior impedía que las toneladas de planeta amontonadas contra él cayesen hacia abajo. Hacia el agujero que protegía. Pero también impedía que cualquiera que no estuviese situado en su posición pudiese ver lo que él veía.
Las entrañas de Mundo Flik.
Mundo Máquina.
Un mundo dentro de otro mundo.
Pablo sintió nauseas.
En los pocos casos en los que Pablo había necesitado ayuda, siempre había podido contar con la de sus padres. Hasta ahora nunca había tenido que enfrentarse a peligro alguno, y mucho menos a algo tan maligno como lo que allí le acechaba. Sólo era un sueño y ahora quería despertar. Necesitaba hacerlo. Nada  podía hacerle daño en un sueño, pero permanecer allí, suspendido sobre aquel inmenso boquete, hacía que su adrenalina se disparase. El mal aguardaba allí abajo. Pero alguien le había llevado hasta allí para que viese y no le dejaría escapar hasta que no le enseñase aquello que quería mostrarle.
Al llegar hasta su posición, Pablo no había sido capaz de reparar en detalle alguno porque todo lo que estaba dentro del agujero le parecía del mismo color negro. Pero a medida que su vista se adaptaba, y podía distinguir formas y volúmenes, lo que descubría le hacía parecer insignificante. Cuando comenzó a diferenciar entre los distintos tonos de gris, alcanzó a ver no menos de veinte torres de diversos tamaños que sobresalían del agujero. La altura de las mayores era impresionante y todas ellas se perdían en las profundidades del planeta. Las enormes construcciones estaban entrelazadas entre sí, a diferentes alturas, por lo que parecía una tela de araña de pasadizos. El agujero conducía abajo. Muy abajo. Parecía no tener fin.
Pablo supuso que la inteligencia que gobernaba aquel mundo interior quería que fuese testigo de su poder. Que estaba tratando de intimidarle. De demostrarle la inutilidad de su lucha. Lo absurdo de su resistencia. Pero aquello era sólo un sueño, y los sueños no tenían porqué acabar convirtiéndose en realidad. Además, lo que sucediese en Mundo Flik, por mucho que le apenase, no tenía nada que ver con su planeta, la Tierra. Nada más acabar de pensar en ello sucedió algo que le hizo temblar.
En el inmenso agujero, la inteligencia que controlaba aquel mundo interior fijó su atención en él. Pero Pablo era invisible, nadie podía verle. Eso era imposible. Sin embargo sintió a las máquinas girar todos sus apéndices sensoriales hacia el lugar en el que se encontraba. Bien, aunque pudiesen verle, no podrían hacerle daño. Se encontraba a mucha distancia sobre ellos. Entonces la visión de Pablo se aclaró un poco más y el miedo le embargó por completo.
Dispuestas sobre centenares de plataformas, a diversos niveles y hasta que su vista se perdía en las profundidades, innumerables máquinas de las más diversas formas aguardaban una orden.
Eran grandes. Eran oscuras y poderosas. Eran parte del mal que latía en el interior de aquel hermoso mundo.
Pablo se elevó mucho más rápido de lo que había descendido. Quien le había llevado hasta allí consideraba que ya había visto suficiente. Mientras ascendía, era incapaz de apartar su vista del agujero. Era como esas cosas que te atraen y te repugnan a la vez. Algo que no puedes evitar mirar. El agujero se agrandó extendiendo una serie de negros tentáculos radiales, que al ritmo que crecían pronto envolverían por completo Mundo Flik. Cada uno de aquellos tentáculos estaba compuesto a su vez por millares de máquinas, que habían recibido por fin la orden que esperaban. Máquinas oscuras, diabólicas, terroríficas. Como negras arañas de los ladrillos saliendo de sus viscosos agujeros.
Podía imaginárselas superando la barrera del anillo. Atropellando criaturas indefensas y quemando la pradera morada a su paso.
Mundo Flik estaba enfermo, y ahora esa enfermedad se extendía para acabar con él tal y como había sido hasta entonces.
Cuando Mundo Flik quedó cubierto por completo de aquella negrura impenetrable, Pablo no pudo distinguirlo del oscuro universo en el que flotaba. Entonces el niño fue testigo, desde su privilegiada posición, de aquello que se negaba a creer.
Un hilo, de un negro más denso que el fondo del espacio sobre el que se dibujaba, se irguió sobre la superficie de Mundo Flik. Titubeante al principio, pero que no tardó mucho tiempo en ganar decisión y firmeza.
Pablo vio en su sueño con horror, cómo más y más de aquellos tentáculos pugnaban por escapar de Mundo Flik con un objetivo concreto... el planeta más próximo. A Pablo entonces le fue permitido cerrar los ojos.
Cuando los abrió de nuevo supo que el mundo que ahora podía ver frente a él era la Tierra, su hogar. A su espalda, el Sol agonizaba convertido en una bola de color rojo oscuro, que latía muy despacio, casi sin fuerzas para iluminar más allá de la órbita en la que se encontraba.
Pablo sintió pena y tristeza. Comenzó a descender de nuevo con rapidez. No sabía a donde quería llevarle esta vez el sueño, pero de todas formas tampoco podía evitarlo. En esta ocasión no había nada que pudiese servirle como referencia. La Tierra estaba cubierta en su totalidad por un grueso manto de oscuras nubes que impedían adivinar lo que había debajo. El sueño le introdujo entre los densos nubarrones. Pablo pensó que aquello debía de ser lo más parecido a nadar en Coca Cola.
Una perenne tormenta eléctrica iluminaba con destellos de diferente intensidad su trayectoria descendente. Cuando el niño al fin emergió de entre las nubes, se encontró con que estaba casi a ras de suelo.
No sabía donde se encontraba. No era capaz de reconocer el paisaje. Pero por su aspecto bien podría ser cualquier punto del Polo Norte. Todo era gris y negro, como en una noche de luna llena. Sólo que no era de noche, porque, en algún lugar muy por encima de las nubes, un sol moribundo se esforzaba en vano por enviar calor a aquel triste planeta.
Fuertes vientos arrastraban una nieve sucia que lo cubría todo. En su sueño no podía sentir el frío, pero debía de ser muy intenso.
Aquel paraje era desconocido, sin embargo... las estructuras semiderruidas a su alrededor estaban dispuestas de una forma vagamente familiar. Las ramas desnudas y muertas, que sobresalían del sucio manto de nieve, se parecían un poco a... no podía ser. Pablo reconoció el lugar en el que se encontraba cuando alzó la vista, y a la luz de uno de los relámpagos de la onmipresente tormenta, se perfiló una de las antenas parabólicas de la casa de Carlos. Erguida pese a las inclemencias. Sujeta a duras penas a lo que quedaba en pie del tejado de la casa de su amigo, que no era gran cosa.
Pablo se encontraba en su jardín.
¿Pero qué demonios había pasado?, ¿dónde estaba todo el mundo?... Si algo como eso llegase a suceder en algún momento, ¿cuándo y por qué causa ocurriría? La pena se hizo más profunda. Le ahogó el dolor y la angustia.
Recordó las palabras de Flik. “Las máquinas no necesitan de nada vivo para sobrevivir”. El sueño le mostraba lo que las máquinas podrían hacer con su estrella. Quizás como venganza por su intromisión en el duelo que mantenían con Mundo Flik.
Todos los sentimientos de tristeza que le embargaban fueron sustituidos por pura rabia. Rabia porque no podía permitir que aquello que estaba viendo le sucediese a la Tierra. No necesitaba ver más para saber que la lucha que mantenía con las máquinas no terminaba en Mundo Flik. Pablo no podía perder. Por sus padres y por sus hermanos. Por la Tierra.

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